CIENFUEGOS, CINCO AÑOS DESPUÉS DEL BICENTENARIO QUE NO DISFRUTÉ

Voulevard de Cienfuegos, Cuba. Imagen tomada de Expedia.

Este 22 de abril se cumplen 205 años de la fundación de la colonia Fernandina de Jagua, hoy ciudad de Cienfuegos.

Parodiando el famoso poema del argentino César Fernández Moreno, afirmo que soy cienfueguero hasta la muerte.

Allí nací el 20 de septiembre de 1957, poco después del heroico alzamiento contra la dictadura de Batista.

En mi infancia hice mis primeros amigos, entre los que recuerdo a Pedro Álvarez Montecito y a Pedrito “El Pimpe”, ambos negros e hijos de unos padres extraordinariamente amables y decentes. Montecito tenía una risa contagiosa y una elegancia insuperable a la hora de fildear en los improvisados juegos de pelota que organizábamos en el campo deportivo del Instituto Preuniversitario “Jorge Luis Estrada”. La amistad con el Pimpe comenzó con una bronca en la que salí mal parado, tanto que luego él me enseñó cómo fajarme a las trompadas, porque “Robertico-me dijo-tienes que aprender a defenderte”.

En aquellas tardes imborrables, en un juego de pelota o haciendo travesuras en el Callejón de los Mulos- entonces una zona suburbana y hoy el lugar donde están el hospital provincial, el estadio, el telecentro y la facultad de Medicina- todo era felicidad, pues desconocía que en Cuba había mucho dolor, represión y muerte.

No he olvidado el día en que mis padres me invitaron a dar un paseo en guagua en una de las siete rutas que tenía la ciudad. Ahora no recuerdo en cuál, aunque sí que iniciamos el recorrido en la calle La Mar, en uno de los primeros ómnibus soviéticos llegados a Cuba, una guagua pintada de gris con cristales violetas en el techo y amplias ventanillas, que según Internet parece haber sido un Laz 695. Aquél día supe que Cienfuegos era mucho más que la calle Gloria-donde vivían la maestra Nilsa y el maestro Benigno-, la calle Zaldo, por donde transitaba hacia la escuela primaria “Félix Varela”; la loma del Instituto Preuniversitario con sus muchachas bajando de ella con sus sayas azules y cintas blancas cosidas en la parte baja, para indicar qué año de estudios cursaban; el Callejón de Los Mulos y la bodega de Alejo, donde muchas veces compré unos pequeños y redondos caramelos multicolores encerrados en un pomo de cristal, una delicia para los muchachos del barrio.

Llegó la juventud y aprendí que no todo era alegría, como cuando Obdulio, un compañero de estudios de la secundaria, se ahogó en el Círculo Social “Julio Antonio Mella”.

De esa época recuerdo mis baños y paseos en bote por la bahía, las fiestas de carnavales en Prado y Zaldo o en la patana situada en el malecón, siempre con amigos extraordinarios, algunos de ellos devenidos hermanos. Y también mis visitas a la biblioteca municipal, donde conocí a Ileana y María Victoria, bibliotecarias del departamento juvenil y a Juan René Cabrera y Florentino Morales, poetas de extraordinaria decencia y cultura.

Fue una noche en el malecón donde abracé por primera vez a una mujer y le di un beso. Muchas veces caminé por allí solo por el placer de mirar el paisaje hasta el hotel Jagua, el Palacio de Valle o el restaurante Covadonga, donde disfrutaba de una deliciosa paella en una mesa junto al mar, mientras miraba las montañas del Escambray, mencionadas por el Benny Moré en su extraordinaria canción dedicada a Cienfuegos.

Entonces me paraba en los portales del cine teatro Luisa a mirar las fotos de los próximos estrenos y ansiaba tener 16 años para ver aquellas películas prohibidas.

Los sábados, después de escuchar la lista semanal de éxitos del programa “Nocturno”, salía a caminar por el Prado-el paseo más largo de Cuba- o me sentaba en alguno de sus bancos, si hallaba un sitio vacío, para ver pasear a las cienfuegueras o para conversar con mis amigos.

Una de aquellas noches alguien preguntó cómo sería Cienfuegos en el 2019, año de su bicentenario y elucubramos sobre cómo seríamos nosotros, también sobre nuestra ciudad, aunque imaginábamos esa fecha como algo muy lejano. En mi ingenuidad pensaba que Cienfuegos para entonces sería una gran urbe, con la bahía rodeada de rascacielos. Para mí merecía que así fuera, no solo por sus condiciones geográficas, sino por ser también el mágico espacio donde nací, porque uno siempre quiere lo mejor para su terruño.

Por esos giros misteriosos de la vida ninguna de mis novias cienfuegueras “me ató a su yunta”-como dice Serrat en su hermosa canción-y sí lo hizo una guantanamera. Contrariamente a lo que entonces hacían -y todavía hacen-muchos cubanos, en vez de mudarme a occidente me fui para Guantánamo y reinventé mi vida en circunstancias que marcaron lo que sin dudas fue mi primer desarraigo.

Desde allí esperé por el bicentenario de mi ciudad natal y soñé con él, aunque cada vez que la visité constaté con tristeza que eran más las pérdidas que las ganancias.

El 18 de abril del 2019, en compañía de mi amigo Regino Rodríguez Boti, tomé un ómnibus rumbo a Cienfuegos, pero en el punto de control de la policía la Seguridad del Estado detuvo el vehículo y me obligó a bajar de él. Esa noche tuve un fuerte altercado con el cobarde de “Víctor Víctor”, oficial que se encargaba de reprimirme, quien nos detuvo ilegalmente por más de tres horas.

Cuatro días después, el lunes 22 de abril, día del bicentenario, me hallaba con Regino en un restaurante festejando la fecha cuando me llamó Tomás Cardoso, de Radio Martí, para pedirme que obtuviera alguna noticia sobre el juicio de los pastores evangélicos Ramón Rigal y Ayda Expósito, pues la persona encargada de hacerlo se había arrepentido debido a la fuerte presencia policial en la zona del tribunal. Allí fui detenido y golpeado salvajemente por un esbirro de la dictadura y terminé la jornada en un calabozo, donde estuve hasta el sábado 27 de abril.

Hoy Cienfuegos cumple 205 años de fundada. No sé cuándo pueda volver a visitarla, aunque, para ser sincero, casi todos los días camino por sus calles y abrazo a los amigos que nunca me abandonaron, porque la vida me ha enseñado que la patria está en el corazón. Contra eso no pueden hacer nada la dictadura ni sus esbirros.

Estoy absolutamente convencido de que, si Dios lo quiere, algún día celebraré la fecha de su fundación allá. Entonces, como me gusta, me apartaré del gentío feliz y bullicioso, y en silencio, haré mi brindis por ella.

Roberto Jesús Quiñones Haces

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